Siempre me ha gustado leer. Y siempre he querido escribir. Al final una cosa, supongo, es consecuencia de la otra. Estudié Periodismo y aprendí a amar esa profesión ejerciéndola. Descubrí que además de comunicar me gustaba escuchar. Pero escuchar historias de vida. Conocí personas con historias memorables y tuve la oportunidad de poder contarlas y la suerte de que las leyeran.
La vida me dio un revés, o dos, quizás más. Y el tiempo se volvió lento. Y cuando es tan lento los días no fluyen, el segundero se vuelve pesado y nada ahí fuera es capaz de tener un ritmo llevadero. No había nada que me hiciera volver a ser. Ni a estar. En ningún lugar. De ninguna forma.
Hasta que me senté a escribir. Aquellas historias que un día me contaron, y otras nuevas que fui escuchando. Incluso las que a veces mi cabeza imaginaba. Fue entonces cuando las agujas del reloj volvieron a tener una cadencia óptima, y el tiempo ahí fuera pasaba volando. Así la vida tenía más sentido y yo me sentía bien conmigo misma. Y me descubrieron que además de periodista, podía hablar de mí como escritora.
Esto último es algo que me ha costado asumir porque uno reserva ese arte para los autores de grandes historias. Pero resulta que un escritor sólo es la "persona que escribe" y eso, eso lo hago cada día...