Siempre aquí

  • Por Eva San Román Noriega
  • 12 feb, 2022

Esto es un subtítulo para su nueva entrada

El mar y la montaña. El Cantábrico y los Picos. Tus dos vías de escape indispensables.

No consuela saber que te quedaste para siempre en ese monte que tanto querías. Ni que en ese maldito instante hacías algo que te aportaba felicidad. No consuela porque ya no estás para contarlo con aquel brillo en los ojos que sólo aparece cuando sentimos de verdad. Como el que teníamos cuando vimos acabar el día para que nos deslumbrara el cielo de la noche de Jermoso. Como cuando tocamos el Macondiú después del Samelar y el San Carlos. Como cuando nos nevó encima raqueteando hasta los Lagos. Como cuando tantas y tantas y tantas veces que nos escapábamos allí arriba… o aquí abajo, pescando en la mar con esos atardeceres de Llanes tan cortos, tan intensos y que tanto disfrutabas.

Hace falta aquí gente como tú, personas buenas con corazones sanos. Nos hacías falta aquí, Carlos. Mucha. Y tal vez no lo sabías porque somos tan tozudos que no solemos demostrar el bien que hace tener a personas como tú tan cerca. Generoso, desinteresado, verdadero, AMIGO…

Ojalá hubieras visto el cariño con el que hablaban de ti estos días. Decían que eras fuerte y luchador, y que conseguirías contra todo pronóstico volver a casa. Y lo creíamos. Aunque escuchábamos la lluvia aquí abajo y nos imaginábamos la crueldad del hielo allí arriba, donde tú estabas. Quizá teníamos tantas ganas de volver a verte que nos aferrábamos con todas nuestras fuerzas a un finísimo hilo de fe. Y alejábamos con todas nuestras ganas cualquier pensamiento que nos indujera a un final como el que fue. Yo sé que si tuviste una sola oportunidad la utilizaste. Porque tú eras así, perseverante, tenaz, optimista. Hasta el final. Me imaginaba que llegábamos hasta ti y nos recibías sonriendo. Porque tú siempre sonreías. Y así te recuerdo, así te recuerdan todos aquellos que un día se cruzaron contigo.

Han sido días francamente duros. Como si alguien nos apretara el alma muy fuerte, rasgándolo, dejándonos sin aliento a cada poco. Supongo que en eso consiste la angustia y la incertidumbre. He pensado muchísimo en tu madre. En tu familia. Viendo cómo ha sido nuestro trance, no logro imaginar cómo fue y será el suyo.

Qué injusto.

Nunca sabemos dónde vamos a dejar nuestro último aliento. Estoy completamente segura de que si te hubieran dado a escoger tú ibas a elegir tu Cantábrico o tus Picos. Tan alejados entre sí y para ti siempre tan unidos. Pero, como te decía, eso tampoco nos consuela.

Descansa allí donde hayas ido. Y sigue sonriendo.

Qué suerte haberte conocido. Qué suerte haberte abrazado tantas veces. Qué suerte tenerte.

Te prometo que escribiré ese libro. Te prometo que nunca olvidaré tus consejos. Y un día, cuando volvamos a vernos, te abrazaré otra vez muy fuerte para darte las gracias por tanto que me dabas a diario y quizás nunca supe agradecerte lo suficiente. Y esa será mi pena, no tenerte cerca cada día ni haberte sabido demostrar cuánto te quería
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