Hortensia sigue sonriendo a la vida, como si ésta no la hubiera golpeado con fuerza tantas veces. Nació hace 75 años en el pequeño pueblo de Huexes, en el concejo de Parres. Labró la tierra desde pequeña, ayudó en casa cuando comenzaba a tener uso de razón y dedicó su vida, de un modo u otro, a cuidar a su familia. Entregó todo y no echó de menos nada.
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Sólo, como siempre sucedía, se adaptó sin plantearse más. Me acuerdo de bajar a Arriondas con mi madre a vender huevos, maíz,
castañas, habas… lo que hubiera dado la tierra hasta el momento”, explica con la mirada fija. “Eran tres kilómetros pa bajar cargadas y tres pa subir, cargadas también si no habíamos vendido, pero había que vender, porque con lo que llevábamos teníamos que traer aceite o azúcar, o lo que fuera pa comer, así se hacía, era la miseria absoluta, pero íbamos tirando”, recuerda. Y lo hace satisfecha porque “antes era todo distinto, estrenábamos contentas una ropa en Santiago y eso era lo que teníamos pa salir todo el año, y felices, ¿eh? Ahora no nos cabe en los armarios y todavía nos quejamos”, lamenta. “La vida te va haciendo así, ahora tenemos más gastos porque nos hicimos a tener más necesidades, pero con menos también se puede vivir”. Otra cosa es “el tema del agua o la luz, que aquello era por demás, teníamos que ir a la fuente La Pipa pa poder beber, y al río Santiago pa poder lavar la ropa, y pa poder bañarnos, claro, porque en casa teníamos palangana, pero de bañera, ni hablar”.
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Al principio, “teníamos dos vacas, porque no había perras pa más, está claro, aunque fuimos aumentando poco a poco” y labrar la tierra iba dando frutos que servían para tirar. Hambre, poca. Aunque en alguna ocasión, en otoño, “me acuerdo que la Chita ya no daba mucha leche, y después de asar las castañas, mi padre nos decía ‘castañes comer les que queráis, pero el sorbín de leche que sea pequeñu’ “. También, “ahora que lo pienso, mi madre nos tenía que atar el pan a un pontón de la cocina pa que no lo comiéramos porque acabábamos con ello”… Al final, “uno de mis hermanos se fue a Cuba, a buscar mejor futuro y ayudarnos algo en casa. Porque dinero poco. Cuando mi padre enfermó las cosas empeoraron. No había Seguridad Social, ni adelantos de ningún tipo. Había que pagar el taxi para ir al médico, al médico, los medicamentos, si había que poner inyecciones, a la practicanta… no sé ni cómo lo hacíamos”, reconoce. Su otro hermano, Pin, también estuvo enfermo, tuvo meningitis y la enfermedad le dejó secuelas que nunca le permitieron vivir solo. “Yo le cuidé, y viví con él siempre”, dice Hortensia. Y lo hace con un cariño que le nace del alma.
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“Nunca me quise ir de aquí, a dónde iba a ir. Me casé con Gonzalo, que también trabajaba el campo y aquí estuvimos, hasta que murió con 55 años” y la dejó a ella, con 48, tres hijos, 22 vacas de leche y las tierras. Trabajó todo. Y lo sacó adelante. Ahora lo cuenta como si aquello no hubiera sido una hazaña. Porque las mujeres, las rurales tal vez más, son así: calladas y trabajadoras. Son lo que heredaron de sus madres. “Igual algo de lo que traigo en los huesos es de aquello, de mecer e ir con las perolas encima, y luego sacarlas al camino pa que pasara el camión a recogerlas… muchu trabayé, sí”, dice resignada. Pero sólo se permite recordar, y entristecerse, unos segundos.
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Porque Hortensia mira a la vida con un aire jovial. Su familia, a la que adora, la idolatra. Perdió a un hijo cuando éste tenía 45 años, “fue una desgracia, toda la vida pensando que se iba a matar en el trabajo y se me fue al lao de casa”. Fue la última bofetada que superó, pero no la única. Supo levantarse cada vez y “tirar, porque hay que tirar”.
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El ganado, el campo y la agricultura “fue lo que nos dieron de comer” y tan bien supo contarlo e inculcarlo que su hija Charo heredó la costumbre y, a día de hoy, “vende por donde puede todo lo que cosecha, así se gana la vida, como lo hicimos nosotros, pero claro, ahora tiene que vender más, porque, como te digo, parece que necesitamos más para vivir”.
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No hubo abundancia, ni mucho tiempo para el ocio, pero aun así Hortensia echa de menos aquellos tiempos porque “la gente antes era distinta”. Porque en los pueblos “los vecinos se ayudaban unos a otros. A mí nunca me dejaban sola cuando íbamos a lavar al río porque yo era la más pequeña, y nos ayudábamos en las cosechas cuando tocaba a unos y luego a otros, antes había más unión. Igual es porque todos éramos pobres. Ahora que parece que somos ricos, no miramos tanto los unos pa los otros”, evidencia.
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Es difícil no querer a la que hoy será galardonada como Mujer Rural del Oriente de Asturias 2020 por el Colectivu Feminista de la misma comarca. Complicado no querer quedarse escuchándola para contagiarse de ese carácter risueño y bondadoso. Hortensia se ha enfrentado cada día a la lucha interna de haber despedido a tantos seres queridos, y de haber renunciado a tantas cosas que sólo ella sabe. Ella también se ha ocupado de que nadie sepa que libra esa batalla. Porque Hortensia siempre sonríe, aunque a veces tenga ganas de llorar.