Ayer me pasé la tarde haciendo retos absurdos con una escoba y una playera, a instancias de mis últimos compañeros de viaje, un grupo de cangueses de esos que dan tan buen rollo. Canté canciones para Sabi, Clau y Mari. Me reí a carcajadas con las ocurrencias de mi amigo Sergio, con quien tengo la capacidad de imaginar cosas idénticas al mismo tiempo, con matices exactamente igual de absurdos que, seguramente, a nadie más hagan tanta gracia. Me reí de lo serio con mis periodistas favoritas, cada una en un punto del país -y fuera de él-, a cada cual más incierto.
Por la noche, a las ocho, salí a la ventana. Creo que fui la única de mi bloque que lo hizo. Algunos vecinos de otros dos edificios de la urbanización también se asomaron. Néstor, una suerte de niño con magia en la voz, cantó el himno de Asturias. Mamen, cuando los aplausos al terminar la canción se iban enmudeciendo, gritó un “¡ánimo a todos!” que a mí me hizo llorar. No por estar aquí metida, sino porque cuando uno se para a pensar en todo lo que está pasando, sin frivolidades y sin egoísmos, se rompe el alma. Hay más de 8.400 muertos en todo el mundo y los positivos superan los 200.000. Y, pese a ser eso lo más importante, lo cierto es que el futuro económico no resulta halagüeño.
Mis amigos autónomos seguramente estén pasando el peor momento de sus vidas, laboralmente hablando. Todo se va al traste sin que ellos puedan hacer algo por evitarlo. No hemos cumplido los 40 aún y vamos a tener que rehacernos. Otra vez. La sensación inquieta y angustia a partes iguales.
Por eso debemos hacer retos, cantar y reír, mandarnos audios y grabarnos vídeos. No podemos permitirnos llorar y lamentarnos todo el tiempo. Ni caer en ese bucle negativo que nos llevará del salón de nuestras casas a los servicios de salud mental.
Por eso David, pese a pasar un momento crítico en su empresa, tiene en su casa un altavoz y un micrófono con los que es capaz de sacar a todos a la ventana y de hacer que durante unos minutos parezca que todo va bien. Por eso Ángel, que sale a trabajar pese a saber que la ganancia no va a rentar, hace retos y cuenta historias que nos hacen imaginar para reír a continuación a carcajadas. Por eso Sergio, que se va a incorporar a su trabajo, en una ambulancia, dentro de unas horas, es capaz de echar a un lado su inevitable angustia y desasosiego para hacernos llorar de risa con sus ocurrencias absurdas que, tal vez, sólo nos hagan gracia a nosotros.
La vida son ellos. Los que aparecen en este texto y los otros, todos con los que ayer me pasé la tarde hablando de cosas sin sentido, y con él. De cosas divertidas y serias. La vida es con ellos. En casa, en el parque, en una terraza o en un viaje a cualquier sitio. La vida la hacemos juntos y nos necesitamos para pasar el trance sin ahondar demasiado.
Necesitamos los ánimos de Mamen porque nos recuerdan que quienes somos vecinos, aunque apenas nos conozcamos, aunque estemos alejados, debemos estar más unidos y juntos que nunca. Necesitamos las risas de David y Ángel, las de Nacho o Nico, las de Elvis, incluso las reticencias de Noe a respirar el aire exterior, que aunque para ella sea lo más serio, a nosotros nos hace reir. Necesitamos tenernos, y estar aquí, los unos para los otros.
Cuando esto acabe, que acabará, deberíamos haber tomado perspectiva. Y abrazarnos. Pero hasta entonces, si podéis, quedaos en casa, haced retos y mandárselos a vuestros amigos. Es frívolo, pero ahora es necesario.